Beatus ille
Los cómodos sillones aún vacíos situados en círculo en el salón principal auguran un nuevo intercambio del que nadie saldrá igual que entró. De todas las actividades que se desarrollan en el interior de la Fundación Antonio Gala, las sesiones de puesta en común – a las que su fundador y soporte, Antonio Gala, denomina Fecundaciones Cruzadas – son al mismo tiempo momento seminal, germinación de proyectos y recolección de ideas que ganan sentido al ser puestos en común ante los compañeros, los tutores y, en muchos casos, los patronos de la Fundación. No en vano, la Fundación tiene su sede en un convento y la idea misma del convento o monasterio nos retrotrae a ese momento histórico, la Edad Media, en el que la cultura sobrevivió y se fortaleció para legarnos libros, códices y textos en los que, además de la transmisión y salvaguarda de los textos antiguos de Grecia y Roma, se gestaron maravillosas obras nuevas de la época. En una sociedad como la contemporánea, en la que todo es ruido y distracción, el silencio del monasterio, su aislamiento simbólico es el mejor antídoto contra la dispersión y la vacuidad del mundo.
La Fundación Antonio Gala es un modelo de convivencia y actividad ejemplar del que se han beneficiado decenas de jóvenes creadores, desde hace casi dos décadas, que hoy, en muchos casos, ocupan lugares destacados en las diferentes disciplinas artísticas. Reconforta encontrarlos y reconocerlos en exposiciones, festivales, presentaciones o entregas de premios. Igual que reconforta ver cómo la Fundación Gala va venciendo al tiempo y, con ello, va superando uno de los problemas que sufren con más asiduidad las iniciativas culturales en nuestro país: la falta de perdurabilidad. Como si fuese algo que llevamos en el carácter, los españoles somos prolíficos para lanzar nuevas iniciativas culturales pero, mucho más inconstantes a la hora de conservarlas.
Fomentar la convivencia cotidiana en un mismo espacio entre creadores de distintas disciplinas y distintas procedencias se hace hoy más oportuno que nunca. En un tiempo en el que cada uno de los pintores, escritores, cineastas o dramaturgos en potencia tienen al alcance de un click más documentación de sus materias artísticas de la que podrían consumir en cien vidas, que una promoción de artistas pueda compartir taller, biblioteca, conversación, aciertos, errores y proyectos tiene más valor que nunca. La cultura es mestiza, un animal impuro, y las influencias entre creadores de distintas disciplinas se hacen cada día más evidentes, todas hablan lenguajes más próximos y menos estancos. En esa etapa vital en la que el artista busca su lugar, el contacto -aunque sea con mascarilla y respetando las distancias – provoca la curiosidad, la prueba y el error, y la posibilidad de transitar por los caminos más secretos de la creación.
Esa huida de los lugares comunes de la cultura es posible si se ponen al servicio de los jóvenes los medios necesarios, los tutores que acompañan e inspiran y un espacio privilegiado de recogimiento y un ambiente propicio para acometer la creación sin que, a priori, preocupe el resultado. Un ambiente, que no está mal recordar, se enclava en una ciudad protagonista histórica de un periodo ejemplar de convivencia y enriquecimiento mutuo entre las culturas árabe, cristiana y judía.
Todos esos son algunos de los ingredientes que hacen de la Fundación Antonio Gala un caso de éxito, lo cual no asegura nada a nuestros queridos becarios. La cultura sólo tiene abundancia de sí misma y rara vez se instala en el te- rreno de la prosperidad material. Hay que advertir, por tanto, a quien se acerca a ella buscando un modo de vida, que las dificultades son máximas, aunque las compensaciones también son generosas. La institucionalización de la cultura en el ámbito público y la mercantilización en el privado han hecho a los creadores dependientes o del sector público o del éxito económico y mediático. Alcanzar estabilidad gracias al apoyo de las instituciones o una respuesta satisfactoria por parte del mercado puede correr el riesgo de ser acomodaticio y la comodidad, el adocenamiento, va contra la idea misma de creación, contra su esencia.
Y si la cultura nunca ha sido territorio sencillo y pocas veces próspero, el nuevo panorama que se dibuja tras la pandemia no es más alentador. Es complicado pensar en soluciones mágicas que vengan de fuera para los distintos sectores de la creación. Debe ser la cultura la que tome la iniciativa sin esperar rescates milagrosos. Esta toma de iniciativa es una de las fuentes principales de legitimidad que el sector de la cultura puede ofrecerse a sí mismo.
La cultura no es un ente abstracto, la hacemos todos los que participamos de ella. La cultura y todo lo que representa no puede legitimarse en las sociedades contemporáneas sin un empeño sincero por ofrecer hondura frente a banalidad, calidad frente a basura, seriedad frente a frivolidad. No lo tiene fácil y, en la mayoría de los casos, no por su culpa. El gran bazar en el que se ha convertido la sociedad contemporánea, que busca consumidores en vez de ciudadanos, detesta la cultura como valor universal. Demasiados matices para un negocio rápido y fácil… Nada parece sencillo, pero lugares como la Fundación Antonio Gala lo hacen posible. Deseo larga vida a la Fundación y al espíritu que la hace posible.
José Guirao Cabrera