Los caminos propios (Carlos I. Faura)

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Cuando un artista reúne sus obras y resume las horas de su trabajo en una exposición puede optar entre hacer un simple recopilatorio que deje una idea en el espectador sobre el tiempo acaecido o debe decidirse, quizá, por encontrar diferentes modelos expositivos que favorezcan esta comunión encontrada, al fin, de cada pieza. Ciertamente, el trabajo reunido de Carlos I. Faura gira más en torno a la segunda idea. Es cierto, eso sí, que mantiene en este proyecto expositivo la mayoría de obras que realizó como becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores y es por eso mismo que podemos hacernos una idea de la evolución que sufren sus conceptos, base del programa que como escultor se prestó a realizar. Será por esto también que el artista se plantee la relación con la literatura desde un principio, haciendo partícipe a la palabra escrita entre sus piezas. La conjunción de las obras no es casual entonces, como tampoco lo es la presencia de los aforismos del poeta catalán Javier Bozalongo que pretenden, además de recibir al espectador, adoptar la contradicción en dominios conceptuales que ambos manejan desde su categoría artística: precisamente, caos y orden.

Así, el escultor se hace eco de la palabra y la maneja para transplantarla en el espacio volumétrico. El orden (y la «estructura de repetición», como también dice de su obra la investigadora de literatura comparada Clara Cobo) es un elemento clave para el despliegue del metal en las piezas de Faura. El caos, por su parte, incluye en la idea global el concepto de vacío, que tanto ha buscado el escultor. Lo que no está, pero que indudablemente también es, suma en el conjunto total del espacio mesurable. Por eso también juega su papel el elemento contrapuesto luz/sombra y sus variaciones con las que el escultor completa de alguna otra manera cada pieza. Tanto es así que en ciertas obras la repetición solo es la excusa perfecta, la disposición ideal para mostrar la variación, el cambio o la ruptura; lo que la poeta granadina Trinidad Gan, a propósito de la obra de Faura, bautiza como «geografía palpitante».

Al fin, es la simbiosis obtenida durante los nueve meses de residencia lo que hace que Carlos I. Faura aporte ahora esta visión de conjunto de su obra. Y es que el resultado es, en gran parte, esta exposición que puede disfrutarse, además, en el lugar donde fue concebida: la sede de la Fundación Antonio Gala. De ahí también la idea de boceto que nos arroja desde la llegada al ambicioso comienzo del escultor del metal. Pero este hilo es, a su vez, un conductor humilde que nos retrotrae al inicio y que Faura desea dejar patente como una parte esencial más. El comienzo, como el fin, tiene la importancia que cada uno quiera darle, desde luego, pero solo aquellos que son capaces de reconocerse igual en ambos puntos, podrán darse el lujo de avanzar, de ir siempre hacia adelante, de asumirse en los caminos propios hasta llegar aquí. No olvidemos que, como decía Eduardo Chillida, original viene de origen.

F. David Ruiz
Poeta y residente de la Undécima Promoción de la Fundación Antonio Gala

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