En este cuaderno a modo de memoria de la decimoséptima promoción quería hablaros del éxito, sobre lo temible y peligroso del éxito. Y es que en la sociedad y en el país en que vivimos, lo terrible del éxito no es nunca que envanezca, sino que inutilice y que invalide. No creo que el éxito, en sí mismo, sea más peligroso que el fracaso, siempre que no lo consideréis como algo esencial que esencialmente os afecta. Ni el fracaso ni el éxito son más que resultados de cara al exterior. Habéis de trabajar, a solas, de acuerdo con vosotros. De lo que venga después, Dios dirá, y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga.
De cuantas fidelidades debéis responsabilizaros, la primera es la fidelidad a vosotros mismos: sin ella, todas las restantes estarán falseadas. La búsqueda del éxito es tan estúpida como la del fracaso: uno y otro son meras consecuencias accesorias, que no tienen por qué intervenir en el proceso de la creación (y de creadores, es decir de vosotros, estoy hablando). Un trabajo realizado con entrega, con amor, con esfuerzo, sólo en último término exige verse ratificado por el éxito. Y jamás por un éxito bullanguero, revisteril, ensordecedor y aparatoso. El único éxito fértil es el de ser aceptado y entendido. El único éxito estimulante consiste en que ese trabajo, que os ayuda a cumpliros, ayude a cumplirse también a alguien más.
Habéis nacido en un mundo lleno de componendas que no habéis inventado. Un mundo que no se abandona ni a la embriaguez ni al ascetismo; ni a lo dionisíaco ni a lo apolíneo. Un mundo cuyo ideal no es la entrega de un proyecto común y personal, sino la conservación de una pequeña parcela con un chalé adosado. Un mundo que no soporta lo absoluto ni lo incondicional; que no es ardiente o frío, sino tibio tan sólo. ¿A costa de qué consigue este mundo la subsistencia, la instalación y la seguridad que son sus valores más preciados? A costa de la pasión, de la intensidad, de la esplendidez en la vida y en los sentimientos. Se conforma con una tranquilizada e inconsciente conciencia en lugar del vendaval de Dios. Se conforma con una mediocre satisfacción en lugar del entusiasmo. Se conforma con un desentendido bienestar en lugar de la libertad soliviantada. Se conforma con el provecho en lugar del riesgo; con agregarse a la mayoría silenciosa en vez de levantar la voz hasta los cielos.
De tal actitud habéis de huir más aún que de la peste. Entonces os encontraréis desconcertados e inseguros: bendito desconcierto. La verdad se vive, no se enseña; es el resultado de incalculables luchas y de infinitas vacilaciones. El peligro más grave está en los premios de consolación con que nos contentamos. El más grave albur es querer cobijarse a cualquier precio en lugar de vivir a la intemperie: los techos bajo los que nos protegemos suelen caérsenos encima y aplastarnos. No hay fórmulas redentoras, ni normas incontestables. Por encima de todo reina la vida: desordenada, injusta en apariencia, caduca e inmortal al mismo tiempo.
Me consuela pensar que vosotros no habéis sido vencidos aún; que la sociedad fue hecha para el ser humano y no al revés como parece creerse; que lucharéis, mientras viváis, a favor de vuestra vida y de vuestra plenitud; que os desvelaréis en la consecución de cuanto necesitéis, de arriba o de abajo, para cumpliros altivamente de uno en uno.
Antonio Gala, junto a los residentes de la decimoséptima promoción.
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Escrito por Antonio Gala