Me gustaría convenceros de que no habéis de escribir la página que quisieseis leer, o el cuadro que quisieseis admirar, o la música que quisieseis escuchar, sino la página o el cuadro o la música que quisieseis leer o admirar o escuchar cuando ya os hayáis ido. No os falseéis jamás. Lo único que vale es lo vivido, no lo pensado; lo congénito, no lo que se hereda; lo asimilado, no lo poseído; lo esencial, no lo sobrevenido; lo que se es y no lo que se tiene.
Es mejor rebelarse y correr cualquier riesgo que dejarse arrastrar por la monótona noria que os iguala y marca a sangre y fuego su camino (el de la noria), no el vuestro. No ya un puesto de trabajo, ni siquiera el amor puede estar autorizado a cambiar vuestra personalidad, o a amargaros la alegría, o a induciros a disfrazar lo que sois. No os vendáis a ningún precio. No os deshumanicéis por nada ni por nadie. Pegadle un puntapié a cuanto no os eleve. ¿Por qué no confiar en que llegará un día –de vosotros depende- en que cada cual realice aquello por lo que fue creado y por lo que se siente atraído: el escritor, el pintor, el músico, sí; pero también cuantos colaboren, desde su estatura, a construir un mundo nuevo, más hermoso y más fuerte?
No permitáis que os confundan con lo que siempre ha sido, porque con dolorosa frecuencia ha sido malo. Alejad de vosotros las costumbres nefastas; inaugurad otras más generosas, más abiertas y limpias.
Sed felices aquí. Cumplíos como sois, porque para eso os recibimos. No para daros sino para que nos deis. Y disfrutad, también, de esta ciudad, Córdoba, que, estoy seguro, un día estará orgullosa, como lo está la propia Fundación, de haberos recibido en esta vuestra casa.